Las semillas perennes de Zapata

Las semillas perennes de Zapata

Por Simon P. Tye and Eric R. Hagen

Volume 25, no. 1, The Soil and the Worker


Original article in English

Por ‘A Better Hell’

Tierra y Libertad

La agricultura industrial ha aumentado la producción mundial de alimentos durante el último siglo, al tiempo que ha reportado unos beneficios económicos y sociales desproporcionados a las naciones industrializadas. En América del Norte, estos beneficios se han logrado principalmente mediante el aumento de la eficiencia de la producción, la concesión de extravagantes subsidios corporativos y la participación en la destrucción generalizada del hábitat que ha transformado alrededor de la mitad de los Estados Unidos contiguos en tierras de cultivo y pastos.1 Desde la Revolución Industrial, y especialmente después de los desarrollos científicos y económicos de principios del siglo XX, los efectos acumulativos de la agricultura industrial han hecho que la propiedad de la tierra pase rápidamente a un puñado visible de accionistas.

Algunos de los más afectados por la consolidación masiva de la producción agrícola son los pueblos indígenas que luchan por mantener estilos de vida agrarios y subsistir en las economías modernas. Muchos movimientos de resistencia indígena han luchado contra el colonialismo agrícola en toda América del Norte, pero pocos movimientos han contrarrestado las condiciones económicas, culturales y sociales opresivas mediadas por el colonialismo agrícola con tanto éxito como el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) de Chiapas, México. Bajo la bandera del líder de la Revolución Mexicana, Emiliano Zapata, su movimiento ha mantenido el control territorial durante más de 28 años sin el reconocimiento oficial del gobierno mexicano, más allá del fallido Acuerdo de San Andrés.2 Su movimiento también ha captado la atención del público mundial, en parte gracias a escritores como Homero Aridjis y Gabriel García Márquez y a grupos musicales como Rage Against the Machine que describieron hábilmente la formación, el impulso y la resistencia de les zapatistas a su público.3

Nos encontramos entre quienes se han inspirado en les zapatistas, tanto como socialistas de alguna forma que desean ver su proyecto de democracia radical y empoderamiento indígena prevalecer, y como biólogues que creen que sus prácticas agrícolas pueden ayudar a formar alternativas sostenibles a las actividades de la agricultura industrial, que devastan el clima y están orientadas al lucro. No estamos afiliades al EZLN, ni hablamos en su nombre; en cambio, deseamos esbozar su historia y sus prácticas agrícolas para quienes no están familiarizades con el movimiento. En particular, creemos que los escritos anteriores sobre les zapatistas no han prestado suficiente atención a las amenazas ambientales inminentes que enfrenta su autonomía agrícola, y deseamos llenar parcialmente ese vacío. 

Maíz y Revolución

La Revolución Mexicana y las reformas constitucionales que la siguieron prometieron una amplia reforma y redistribución de la tierra, que se llevó a cabo principalmente mediante la división de las plantaciones de propiedad extranjera en ejidos (o pequeñas granjas cooperativas).4 Aunque estos programas gubernamentales aumentaron sustancialmente las oportunidades de tierra para les trabajadores agraries, el impulso revolucionario se desvaneció bajo la inmensa presión de los propietarios de las fincas y la influencia corporativa a lo largo del siglo XX. Luego, en 1992, el presidente Carlos Salinas de Gortari modificó el artículo 27 de la Constitución mexicana para facilitar el desmantelamiento de los ejidos y el rápido crecimiento de la agricultura industrial.5

Esta rápida privatización empobreció aún más a les trabajadores agraries indígenas de todo el sur de México, que ya habían luchado por cultivar alimentos y construir casas en sus tierras robadas. Ese mismo año, el gobierno mexicano firmó el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), que permitía a los agricultores estadounidenses vender maíz por debajo del coste de producción en gran parte de México gracias a los amplios subsidios.6 A su vez, muches agricultores indígenas se vieron obligades a abandonar su estilo de vida agrario, y más de 100.000 se irían a trabajar a las fábricas urbanas en el año 2000.7

Tras la aprobación del TLCAN, miembros de grupos indígenas de todo el sur de México, como los tzotziles, tzeltales, tojolab’al y ch’ol, rechazaron la tiranía neoliberal en Norteamérica y se rebelaron contra el gobierno federal. En lugar de arrodillarse sobre la sangre derramada de Zapata, el EZLN declaró la independencia territorial y comenzó a formar comunidades autónomas en el centro y el este de Chiapas. En la actualidad, les zapatistas mantienen relaciones tenues y semipacíficas con el gobierno mexicano, y aproximadamente la mitad de Chiapas comprende los Municipios Autónomos Rebeldes Zapatistas, donde “el pueblo manda y el gobierno obedece”.8 Desde entonces, han ampliado su territorio hasta abarcar cuarenta y tres comunidades, donde educan a la gente, amplían los derechos humanos de grupos históricamente excluidos, mantienen la independencia agrícola y persisten pacíficamente en medio de una globalización incesante.9 Estos objetivos basados en la comunidad se implementan a menudo a través de las escuelas regionales, que, a diferencia de las escuelas patrocinadas por el Estado, ofrecen oportunidades educativas tanto a gente de todas las edades en lenguas nativas.10

Si bien la educación y la divulgación comunitaria son fundamentales para la persistencia de les zapatistas, otro elemento clave de su empoderamiento ha sido su enfoque en la agroecología y la agricultura sostenible de propiedad comunitaria. Creemos que les científiques agrícolas y de otras ramas de la biología no han prestado suficiente atención a cómo el conocimiento indígena puede ayudar a formar alternativas sostenibles a la agricultura industrial. En particular, creemos que la integración del conocimiento indígena en las investigaciones científicas convencionales puede aumentar la sostenibilidad de los sistemas alimentarios, reducir el uso de prácticas agrícolas destructivas para el medio ambiente y promover la autonomía alimentaria local en todas las sociedades. Esperamos que este estudio sobre les zapatistas fomente el discurso acerca de los beneficios de las prácticas agrícolas radicales y los crecientes costes de la agricultura industrial.

Maíz y Persistencia

El maíz ha sido un cultivo dominante en América desde que fue domesticado en el centro-sur de México hace unos nueve mil años. El cultivo del maíz también condujo al desarrollo del sistema de la milpa, un método de cultivo de tala y quema que es de baja intensidad y puede incluso ayudar a mejorar la deforestación regional. En los sistemas de milpa, se cultivan múltiples cosechas simultáneamente durante unos dos años, y luego se dejan en barbecho durante varios años antes de su uso posterior.11 Este innovador sistema preserva la capa superior del suelo y evita la erosión excesiva, lo cual es de vital importancia en las tierras altas de Chiapas, que son pobres en nutrientes.

Las milpas incluyen diversas composiciones de cultivos, como el maíz, los frijoles, la calabaza, los tomates y los pimientos, que se disponen intencionadamente para formar intrincadas relaciones simbióticas. En concreto, esta disposición de los cultivos permite que las hojas de la calabaza den sombra al suelo y retengan la humedad en las explotaciones de secano, mientras que las judías fijan el nitrógeno en el suelo y trepan por los robustos tallos del maíz sin necesidad de apoyo estructural adicional. En conjunto, esto forma un pequeño agroecosistema que conserva los recursos, repele las plagas comunes sin productos químicos sintéticos y limita la destrucción del hábitat. Estos policultivos y métodos de agricultura regenerativa están muy lejos de las hectáreas de monocultivos que ahora dominan las otrora Grandes Llanuras y sus escorrentías de fertilizantes que han hecho que parte del Golfo de México sea inhabitable para la mayoría de la vida marina.12

Los defensores de la agricultura industrial suelen argumentar que las milpas producen rendimientos inferiores a los de las explotaciones industriales y que, por tanto, no pueden utilizarse junto con otras prácticas a pequeña escala u orgánicas para alimentar a miles de millones de personas. Pero esto es en realidad un tema de fuerte debate: la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) estima que alrededor del 75% de las granjas en todo el mundo son del tamaño de una manzana promedio, y se ha estimado que las pequeñas granjas diversificadas producen de dos a diez veces más alimentos por acre que las grandes granjas de monocultivo.13 Además, más allá de ser un sistema alimentario más sostenible, las milpas también reafirman fuertemente la autonomía alimentaria de les zapatistas. Por ejemplo, si el EZLN quisiera dedicarse al monocultivo, se volvería económicamente dependiente de compañías como Bayer que venden conjuntos altamente integrados de herbicidas, pesticidas, fertilizantes y semillas híbridas. Estas semillas híbridas deben recomprarse anualmente a precios exorbitantes para evitar demandas por violación de los derechos de autor y pueden interferir con el uso de las semillas de maíz autóctonas debido al mestizaje o la introgresión de genes.

Estas preocupaciones no son infundadas, ya que en 2001 se descubrió que un gen presente sólo en el maíz modificado genéticamente (MG) se había introducido en las variedades autóctonas de maíz en Oaxaca, poco después de que México prohibiera las importaciones de maíz estadounidense utilizado para el consumo humano.14 De hecho, a pesar de las primeras victorias de les zapatistas contra la agricultura industrial,el movimiento se ha enfrentado cada vez más a la colonización agrícola mediante la homogeneización del maíz. Estos temores se han hecho realidad para otras pequeñas explotaciones agrícolas en toda América del Norte, ya que empresas como Monsanto (que desde entonces ha sido adquirida por Bayer) han presentado más de noventa demandas y gastan unos diez millones de dólares anuales para perseguir a los agricultores que infringen las patentes de semillas híbridas.15 Estas tácticas de litigio opresivas y las sanciones financieras serían insuperables para los grupos indígenas.

El mero reconocimiento del conocimiento indígena es insuficiente y, en cambio, debemos incluir a les investigadores indígenas en la producción de la ciencia.

En respuesta, Escuelas para Chiapas —una organización sin ánimo de lucro que proporciona asistencia educativa y de construcción a regiones remotas del estado— y el EZLN comenzaron a trabajar con el ecologista Martin Taylor para desarrollar el Proyecto Semillas Madre en Resistencia. Este programa creó un banco de semillas para proteger la agrobiodiversidad regional, comenzó a realizar pruebas genéticas para preservar las variedades nativas de maíz y forma parte de un número creciente de iniciativas de soberanía de semillas indígenas creadas para proteger las variedades autóctonas en todo el mundo, como el Proyecto de Semillas Anishinaabe y la Red de Soberanía de Semillas Indígenas.16 Mientras que los movimientos no indígenas contra los organismos genéticamente modificados se han centrado en gran medida en afirmaciones más controvertidas sobre los riesgos para la salud, el Proyecto Semillas Madre de Resistencia es un proyecto anticolonial y ecológico que preserva la autonomía de los agricultores y rechaza las prácticas ambientalmente destructivas de la agricultura industrial.

Clima y Naturaleza

Sin embargo, independientemente de que les zapatistas sean capaces de preservar la diversidad del maíz nativo, se espera que todas las variedades de maíz experimenten un perjuicio por el cambio climático en las próximas décadas que reducirá el rendimiento de los cultivos. Por ejemplo, tanto las variedades de maíz nativo como las híbridas, que tienen un rendimiento relativamente alto durante años consecutivos, se ven fuertemente afectadas por los factores de estrés ambiental en comparación con las variedades con un rendimiento poco estable.17 Bajo una perspectiva optimista, la variación genética existente dentro del maíz nativo podría proporcionar oportunidades de mejora selectiva para adaptaciones, como un rendimiento más estable, que podrían ser beneficiosas bajo climas futuros. Aun así, se espera que el aumento sostenido de la concentración de dióxido de carbono en la atmósfera reduzca el contenido de nutrientes de la mayoría de los cultivos debido a las compensaciones energéticas. Sin una cooperación global sustancial para mitigar el futuro cambio climático, la degradación ambiental exacerbará las deficiencias de nutrientes que ya experimentan las personas más pobres del mundo, incluidas las habitantes de Chiapas.

En el sur de México, se espera que el cambio climático se manifieste principalmente en la forma de un aumento de la temperatura media anual y de la variabilidad de las precipitaciones, así como en el incremento de la frecuencia de las sequías y las inundaciones durante las temporadas críticas de cultivo.18 Estos incrementos en la variabilidad ambiental pueden tener un profundo impacto en la producción regional de maíz y, potencialmente, provocar pérdidas masivas de cosechas durante los años extremos, ya que la mayoría de las explotaciones agrícolas regionales son de secano y no de regadío.19 Si se materializan, estas condiciones ambientales extremas también pueden causar un conjunto de retroalimentaciones negativas menos predecibles que disminuyan de forma aditiva o sinérgica los rendimientos regionales del maíz. Un ejemplo destacado es que las lluvias intensas pueden provocar la lixiviación del nitrógeno de los suelos, especialmente en regiones con una capa superficial limitada y con bajo contenido en nutrientes, como los Altos de Chiapas.

Sin embargo, aunque el cambio climático se ha convertido en el centro de atención del activismo por el cambio global, la destrucción del hábitat es un elemento de la crisis medioambiental global que a menudo se pasa por alto. Por ejemplo, Chiapas albergaba una de las biodiversidades más ricas de toda Centroamérica, pero experimentó una de las tasas más altas de deforestación a nivel mundial durante los años 70 y 80.20 En total, cerca de la mitad de la Selva Lacandona fue destruida entre 1975 y 2000.21 La deforestación regional ha sido impulsada por la ganadería, la extracción de recursos naturales (como el aumento de diez veces de la tierra utilizada para la producción de aceite de palma desde la promulgación del TLCAN) y el crecimiento de la población humana.22 Estas búsquedas económicas de recursos regionales se extienden más allá de la tierra, con grandes corporaciones como Coca-Cola que extraen más de 300.000 galones de agua al día. En el pueblo vecino de San Cristóbal, los habitantes tienen más acceso a los refrescos que al agua pura, lo que ha deteriorado las condiciones de salud locales.23 En conjunto, estas circunstancias amenazan inequívocamente la tierra, el agua y los bosques por los que lucharon y murieron Emiliano Zapata y otros revolucionarios mexicanos.

Anatomía y Camaradería

El caso de les zapatistas es uno de los muchos casos de comunidades indígenas que están luchando firmemente contra la degradación medioambiental causada por los restos del colonialismo y el auge del neoliberalismo. Desde las protestas de Standing Rock y otros movimientos por la soberanía del agua, hasta los ecuatorianos del noreste que presentan una demanda colectiva contra Chevron por envenenar a su pueblo con los vertidos de petróleo, pasando por las naciones oceánicas que ruegan a la comunidad internacional que abandone los combustibles fósiles para que sus islas no desaparezcan, está claro que algunos de los movimientos más poderosos contra la destrucción del medio ambiente están liderados por los pueblos indígenas. Ampliar sus voces y conocimientos es imprescindible para combatir el cambio global y promulgar una reforma mundial que incluya a diversos miembros de la comunidad como responsables de la toma de decisiones y accionistas.

Como científiques, podemos contrarrestar el borrado de los pueblos indígenas y trabajar para construir agrosistemas globales más sostenibles eliminando las barreras entre la ciencia, los agricultores agrarios y los pueblos indígenas. Esta idea no es nueva, y fue propuesta especialmente por los biólogos y veteranos del SftP Richard Levins y Richard Lewontin. De hecho, los sistemas agrícolas indígenas han sido estudiados por antropólogues y otros teóricos, pero se ignoraron en gran medida en favor de las técnicas industriales, a pesar de algunas excepciones. Además, estos prejuicios se han materializado en el profundo arraigo de las corporaciones agrícolas en las universidades estadounidenses.

En general, les científiques de todos los campos necesitan consultar y atribuir cada vez más el conocimiento indígena, así como otros conocimientos de fuera del mundo académico, para facilitar el progreso científico. Por ejemplo, Richard Levins invocó con frecuencia el caso del meteorólogo cubano Fernando Boytel, que incorporó el conocimiento de los patrones de viento de los carboneros para elaborar un mapa de vientos más preciso de la provincia cubana de Oriente. Más allá de las condiciones ambientales regionales, el conocimiento indígena también puede aumentar en gran medida la biodiversidad y los esfuerzos de conservación en los paisajes agrícolas, promoviendo la transición hacia métodos agrícolas de baja intensidad y reduciendo el uso de fertilizantes sintéticos y otros contaminantes. Sin embargo, si no se incrementa sustancialmente la financiación de les investigadores indígenas, en particular de aquelles que se centran en el enriquecimiento y la comprensión de sus culturas, como el Proyecto Semillas Madre para la Resistencia, los llamamientos a incorporar el conocimiento indígena no potenciarán la investigación autónoma. El mero reconocimiento del conocimiento indígena es insuficiente y, en cambio, debemos incluir a les investigadores indígenas en la producción de la ciencia. Afortunadamente, hay una lista creciente de métodos y prácticas científicas innovadoras que incluyen a los pueblos indígenas y comparten sus perspectivas.24

Fuera de la ciencia, todes podemos ayudar a les zapatistas, en particular donando a Escuelas para Chiapas, comprando su maíz nativo y abogando contra la violencia que enfrentan. Poco después de su revolución, militantes apoyades por el gobierno mexicano asesinaron brutalmente a cuarenta y cinco miembros de la organización pacifista tzotzil Las Abejas en el pueblo de Acteal. También durante esta época, más de 115.000 personas fueron desplazadas de Chiapas debido a la violencia generalizada.25 El gobierno mexicano no ha abordado adecuadamente estos conflictos sobre las tierras de cultivo, la religión y el poder político, mientras que les indígenas siguen sufriendo una inseguridad alimentaria galopante. Más recientemente, los cárteles de la droga han ampliado su presencia en Chiapas, que anteriormente tenía una narcoviolencia relativamente baja en comparación con el resto de México. El año pasado, miembros del Cártel Jalisco Nueva Generación y del Cártel de Sinaloa se enfrentaron en las calles y dejaron varios muertos.26

Sugerimos encarecidamente a les científiques de todos los campos que atribuyan, estudien y utilicen cada vez más el conocimiento indígena, al tiempo que abogan por su auto-empoderamiento y persistencia. Si no lo hacemos, seríamos cómplices a sabiendas de fomentar el mismo colonialismo ambiental que condujo a la Revolución Zapatista y a la opresión de los pueblos indígenas en todo el mundo. También esperamos que les científiques que lean este artículo reflexionen críticamente sobre cómo utilizar su trabajo para apoyar a los movimientos indígenas como el de les zapatistas y difundir sus luchas. Los futuros esfuerzos de inclusión en la ciencia y la sociedad deben ir más allá de ofrecer asientos bajos a las mesas altas e incluir mayores consideraciones de las perspectivas radicales. Para empezar, considera donar a Escuelas para Chiapas y plantar tus propias Semillas de Resistencia en solidaridad y apoyo económico a les zapatistas. ¡No país sin maíz!


Bibliografía

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