Maternidad Bajo Control
Por Andrea Natalia Rivera Rosario
Translated by the Translation Collective
Volume 23, number 1, Science Under Occupation
Porto Ricans are beyond doubt the dirtiest, laziest, most degenerate and thievish race of men ever inhabiting this sphere. What the island needs is not public health work but a tidal wave or something to totally exterminate the population. I have done my best to further the process of extermination by killing off eight and transplanting cancer into several more.1
– Dr. Cornelius Rhoads, MD, delegado a Puerto Rico por el Instituto Rockefeller
para dirigir una investigación de la salud pública en 1931
La medicina moderna ha desplazado a la religión como el autor principal de los milagros. Sin embargo, rara vez nos detenemos a pensar en el proceso que conduce al desarrollo de nuevos medicamentos y, mucho menos, en las situaciones sociales que lo rodean. Darnos cuenta de las innumerables violaciones a la ética que han allanado el camino para la ciencia moderna es una tarea difícil, aunque reconozcamos que estos descubrimientos no se vuelven menos útiles o importantes si sus orígenes no son éticos. Al ser críticos con la práctica de la ciencia en sí podemos superar la idea de que, de alguna manera, ésta es sacrosanta. Así podemos honrar la vida de las personas que fueron sacrificadas en la búsqueda del conocimiento.
El racismo, el sexismo y otros prejuicios han alimentado un número de experimentos (a)científicos en los Estados Unidos y sus territorios, incluyendo Puerto Rico. A mediados del siglo XX, la compañía farmacéutica GD Searle llevó a cabo una serie de pruebas en la isla caribeña para evaluar los posibles efectos secundarios de una nueva forma de anticonceptivo hormonal: la píldora. Estos esfuerzos, motivados por la ideología colonialista e imperialista estadounidense, no sólo pusieron en riesgo la vida de mujeres que no dieron su consentimiento, sino que mostraron las medidas que Estados Unidos estaba dispuesto a tomar para reducir la sobrepoblación en la isla.
EL DESTINO DE LA COLONIA
Es casi imposible describir la motivación detrás del uso —y el abuso— de la ciencia en Puerto Rico sin abordar la complicada historia colonial del archipiélago con los Estados Unidos. Durante la guerra hispanoamericana, las tropas del general Nelson A. Miles invadieron la ciudad de Guánica, en el suroeste de la isla, el 25 de julio de 1898. Después de la guerra, la corona española vendió las Filipinas, Puerto Rico y Guam a los Estados Unidos por unos míseros $20 millones.2 Debido a su privilegiada geografía en el Caribe, el archipiélago puertorriqueño (compuesto por la isla principal, Vieques, Culebra y unos cuantos cayos despoblados) sirvió como un puerto óptimo de entrada y salida a las Américas. Como consecuencia de su valor estratégico-militar y comercial, Puerto Rico sigue siendo hasta el día de hoy una colonia estadounidense, condenada a un perpetuo estado liminal.
Los puertorriqueños fueron comandados por un gobierno civil estadounidense hasta el 1952, año que marcó la introducción de la Constitución Puertorriqueña. Oficializado en el quincuagésimo cuarto aniversario de la invasión, este documento transformó la colonia formalmente en El Estado Libre Asociado de Puerto Rico. Resultó un engaño, ya que Puerto Rico no se convirtió ni libre, ni asociado, ni en un estado. Esta constitución legitimaba el estado colonial existente.
Junto a la introducción de la nueva Constitución, en la década de 1950 llegó un plan específico para priorizar el desarrollo económico de Puerto Rico. El gobernador Luis Muñoz Marín —a cargo desde 1949 hasta 1965— fue el primer gobernador electo por los ciudadanos del archipiélago y supervisó su trayectoria hacia el desarrollo democrático. Impulsado por una ideología al estilo del New Deal, su administración instituyó la Operación Manos a la Obra (Operation Bootstrap) en 1947 para modernizar Puerto Rico a través de la industria, y para reducir los marcadores clave de pobreza.3 Todas las áreas de la vida puertorriqueña experimentaron cambios drásticos en nombre del progreso: el trabajo, el hogar, los valores, la infraestructura y, lo más importante, la unidad familiar. Lo que había sido una transformación gradual, de un sistema económico principalmente agrario a uno basado en la manufactura y la industria, de repente se aceleró a mediados del siglo XX. Según los datos del censo de EE. UU. de 1940, aproximadamente 566,000 puertorriqueños vivían en áreas urbanas, donde se encontraban la mayoría de las fábricas. Para 1950, este número se acercaba a 900,000.4
A pesar de la aparente prosperidad económica, la Operación Manos a la Obra dejó una tasa más alta de desempleo y una tasa más baja de participación laboral. La industrialización simplemente no fue suficiente para cubrir las brechas dejadas por la falta de empleos agrícolas.5 Sin embargo, la Operación logró inculcar en el público una mentalidad capitalista. Los puertorriqueños deseaban más de lo “bueno” (crecimiento económico, urbanización, empleos) y menos de lo malo: pobreza. Con el tiempo, varias instituciones y expertos dedicaron sus esfuerzos a encontrar la raíz de la pobreza en la isla. Eventualmente, fueron los científicos sociales que acertaron la culpa: la población puertorriqueña estaba creciendo demasiado, y muy rápido.6
El gobierno colonial, al igual que su homólogo estadounidense, tomó medidas políticas para contrarrestar el problema de la sobrepoblación. Desde la década de 1920, mucho antes del auge industrial, las autoridades habían prestado mucha atención al número “excesivo” de puertorriqueños. Un aspecto del problema, según los demógrafos y sociólogos de la época, era la supuesta alta tasa de fertilidad de los puertorriqueños.7 Éstos establecieron una relación causal entre una supuesta promiscuidad sexual y el aumento de la fertilidad que llevó a esfuerzos de control de población centrados principalmente en el comportamiento reproductivo de los puertorriqueños, especialmente el de las mujeres.
REPRODUCCIÓN RESTRINGIDA: EL EXPERIMENTO PUERTORRIQUEÑO
Entonces se pusieron en marcha varios programas de control de la natalidad. A principios de la década de 1930 se abrieron clínicas a través del archipiélago para reducir la pobreza a través de la limitación de la reproducción de las clases bajas y trabajadoras.8 Sin embargo, fueron las mujeres de la élite y de la clase alta las que se mostraron más receptivas a estas políticas de planificación familiar, lo que suscitó la preocupación de que la isla estuviera sufriendo un supuesto ‘suicidio racial’, concepto arraigado en la eugenesia que describe la extinción de las poblaciones “deseables” y el aumento simultáneo de las “no aptas”.9
Los años 30 también marcaron la llegada del Dr. Clarence Gamble, un médico y heredero de la fortuna de Procter & Gamble. Gamble, destacado eugenista, veía a los puertorriqueños como una amenaza para los americanos. Claro, esta gente tal vez era apta para los campos y las fábricas, pero nadie quería que invadieran el continente.10 ¿Qué haría la nación con todos esos pobres “americanos” hispanohablantes de pigmentación ambigua?
Gamble ya era reconocido por los programas y experimentos de control de la natalidad, por lo que cuando la anticoncepción (incluyendo la esterilización quirúrgica) se legalizó en Puerto Rico en 1937, vio la oportunidad de seguir explorando sus métodos.11 Bajo su supervisión, en los últimos años de la década se establecieron en la isla varias clínicas de salud reproductiva.
Al mismo tiempo que Gamble promovía la esterilización como una forma rápida y fácil de lograr una menor densidad de población, tomaba libertades creativas al prescribir productos anticonceptivos reversibles con eficacia no comprobada. Promovió jaleas y cremas espermicidas bajo el pretexto de que eran infalibles y, por eso, adecuadas para las mujeres puertorriqueñas de “mente corta”.12 Estas soluciones tópicas consistían principalmente en una mezcla de ácidos, disolventes y detergentes que Gamble sabía eran raramente efectivas.13
Puerto Rico, con su amplia población de mujeres pobres y analfabetas, ofreció a Gamble y a las empresas farmacéuticas estadounidenses un entorno ideal para la realizar clínicas masivas de anticonceptivos. La presencia de Gamble, junto a su reputación y conexiones profesionales, fue instrumental para sellar el destino del archipiélago como laboratorio social. Previo a esto, las iniciativas de planificación familiar a pequeña escala eran dirigidas normalmente por enfermeras feministas y trabajadoras sociales. El modelo de investigación del Dr. Gamble, que le daba el poder de control de la población a médicos estadounidenses, llevaría los esfuerzos anticonceptivos por un camino más oscuro y cuestionable.14
LA PÍLDORA MÁGICA
El Dr. Gregory Pincus, ex profesor asistente de la Universidad de Harvard e investigador de la sexualidad humana, es reconocido como el autor de las pruebas de control de natalidad de Puerto Rico.15 Pincus sentía una obligación moral de combatir la sobrepoblación, en particular entre las “personas primitivas”, quienes él creía que tenían una tasa de natalidad elevada. Junto con el Dr. John Rock, un ginecólogo de Harvard, Pincus llevó a cabo una serie de experimentos con mujeres para probar la seguridad de un anticonceptivo oral que llamaron Enovid.16
Enovid fusionaba las investigaciones previas de ambos doctores. En el laboratorio de Pincus, las inyecciones de progesterona y de estrógeno, hormonas conocidas por su rol en el control del ciclo reproductivo femenino, habían presentado resultados anticonceptivos prometedores en conejas. Simultáneamente, Rock usó las mismas dos hormonas en su clínica para inducir el embarazo en pacientes presuntamente infértiles. En 1953, se embarcaron en un viaje para encontrar cómo estos productos químicos podían suprimir la fertilidad.
Por la misma época, Margaret Sanger, enfermera y co-fundadora de Planned Parenthood, estaba abogando por la accesibilidad de los anticonceptivos. Sanger se consideraba una defensora del derecho de las mujeres a la maternidad voluntaria y veía a la planificación familiar como una manera de reducir el número de mujeres que vivían por debajo del nivel de pobreza. Fue esta búsqueda que la llevó a establecer contacto con varios eugenistas reconocidos, en particular con el Dr. Clarence Gamble, con quien luego entablaría amistad. Sanger también se había interesado en la investigación del Dr. Pincus y el Dr. Rock como una manera de lograr su objetivo final: una píldora anticonceptiva segura y efectiva. A mediados de la década de 1950, Sanger había convencido a su colega feminista -y heredera de una fortuna de 35 millones de dólares- Katharine McCormick para que financiara los experimentos científicos de los dos investigadores.17 Tenían un patrocinador, una píldora y un campo de pruebas; lo único que necesitaban era una fuente de fondos. Dos empresas farmacéuticas se negaran a participar en pruebas con seres humanos por considerar que los posibles experimentos eran “peligrosos y poco éticos”, pero finalmente, una tercera, G.D. Searle, aceptó el reto.18
CONSENTIMIENTO NO INFORMADO
Vale mencionar que las regulaciones sobre la investigación con humanos no eran tan estrictas en los años 50 como lo son hoy en día. Las leyes que establecieron los principios éticos modernos, como el Informe Belmont de 1979, que estableció el principio de consentimiento informado, se redactaron después de que los experimentos terminaran y Enovid ya estuviera en el mercado. En Puerto Rico, que ya era un “laboratorio social”, la falta de regulaciones para la investigación era doble. Ya que las leyes eran más laxas y los esfuerzos de control de la natalidad ya eran comunes, la nueva píldora pasó desapercibida como un medio más para reducir la sobrepoblación.19
En 1954 se realizó un experimento a pequeña escala con pacientes del centro psiquiátrico del Hospital Estatal de Worcester en Massachusetts. Los investigadores terminaron por considerarlas no concluyentes debido a la suposición de que las pacientes no estaban sexualmente activas.20 Pincus y Rock entonces se dirigieron a Puerto Rico en busca de un grupo de sujetos más grande y manejable. El estudio inicial comenzó en 1955 con la participación de veinte mujeres estudiantes de medicina de la Universidad de Puerto Rico. En Reproducing Empire, Laura Briggs escribe que, aunque estas jóvenes dieron su consentimiento, se les informó de que sus notas estaban condicionadas a su participación en el experimento. Pese a que se les obligó a ofrecerse como voluntarias, no pudieron cumplir con los requisitos de las píldoras diarias y las pruebas requeridas: frotis vaginales, medición de la temperatura, recogido mensual de orina, biopsias del endometrio e incluso a veces laparoscopias. La prueba fue abandonada.21
Para el 1956, Pincus había cambiado su enfoque a unas poblaciones de puertorriqueñas más amplias: las residentes de un proyecto de vivienda subsidiada en Río Piedras en San Juan, la capital, y pacientes del Hospital Ryder, en la ciudad rural de Humacao, en el este de Puerto Rico. Las seiscientas mujeres inscritas en la investigación habían sido denegadas para el proceso de esterilización, por lo general, porque tenían menos de tres hijos.22 La mitad de estas mujeres terminaron abandonando las pruebas, y los experimentos produjeron resultados prácticamente inútiles. En realidad, Enovid no había reducido la tasa de natalidad entre las mujeres. Veinte de las 295 participantes de Río Piedras quedaron embarazadas en los primeros dieciocho meses de la investigación, y los coordinadores observaron una tasa de embarazo del 79% en los cuatro meses siguientes a las pruebas.23
Además, los efectos secundarios (náuseas, vómitos, hemorragias vaginales y fuertes dolores de cabeza) hicieron miserables a un gran número de participantes, lo que a menudo justificaba visitas al hospital. Dos de las profesionales médicas que supervisaron las pruebas en el archipiélago, la Dra. Edris Rice-Wray y la Dra. Adeleine Satterthwaite, dieron la voz de alarma sobre las prácticas inhumanas que llevaron a estas mujeres mal informadas a sufrir angustiosos efectos secundarios. Informaron que muchas presentaban daños en las estructuras uterinas, resultando incluso en diagnósticos cánceres de cuello uterino y, en tres casos, muerte.24 Sus muertes nunca se investigaron. Pincus calificó esos “efectos” como el resultado del uso indebido de las hormonas y la falta de consistencia de la dosis y perseveró, ocultando los resultados negativos y realizando nuevos experimentos en Haití y México. Enovid fue aprobado por la FDA en 1960.25
Los debates sobre el consentimiento (no) informado de las participantes continuaron en las décadas posteriores a los estudios de Pincus y Rock. En su documental sobre las prácticas de esterilización y control de la población en Puerto Rico (La Operación, 1982), Ana María García comparte el testimonio de dos participantes. Las mujeres informaron de que no conocían la composición ni la dosis de la píldora y una de ellas relató las náuseas, los mareos y los desmayos que experimentó debido al tratamiento.26 Casi treinta años después, aún no sabían que eran las primeras mujeres del mundo en utilizar Enovid y no tenían idea de que la fórmula que se les había dado inicialmente tenía significativamente más hormonas que la píldora finalmente aprobada.27 Ninguna de estas mujeres fue compensada los meses que les dedicaron a las pruebas.
PARA LAS MUJERES
No se puede negar que la píldora desató una revolución. Para las feministas, y para las mujeres en general, un método anticonceptivo conveniente significó una nueva manera de reclamar autonomía sobre sus cuerpos. En las décadas después de los experimentos, muchas de nosotras hemos nos hemos beneficiado inmensamente del trabajo de aquellos investigadores — y de las innumerables dificultades soportadas por sus sujetos.
Entonces, hace falta reconocer las situaciones y las dinámicas de poder que hicieron posible este avance científico. Con un precio de 11 dólares al mes, Enovid resultaba demasiado costoso para las mujeres de clase media y trabajadora de Puerto Rico.28 Aunque ellas fueron los sujetos de las medidas de control de la población -el esfuerzo que llevó a Pincus a la isla-, estas mujeres no vivieron ningún cambio en los métodos anticonceptivos que tenían a su disposición. La mayoría de ellas seguían recurriendo a la esterilización, la más invasiva de sus opciones, como medio de planificación familiar. Al comienzo de la década de 1970, un 35% de las mujeres puertorriqueñas habían sido esterilizadas.29
La pobreza no se alivió con la legislación sobre el control de la natalidad, y la sobrepoblación siguió sirviendo de pretexto para explotar a los puertorriqueños mediante tratamientos experimentales sin regulación. Hasta el día de hoy, la pobreza y la falta de recursos están siendo utilizadas para justificar políticas coloniales y opresivas en Puerto Rico. El archipiélago se encuentra sumido en una deuda de dudosa legalidad y La Junta de Supervisión Fiscal, establecida por la Ley PROMESA del Congreso en 2016, actualmente se encarga de manejar la economía del archipiélago.30 Este organismo controla el futuro financiero y económico de Puerto Rico, y está compuesto por siete miembros elegidos unilateralmente por el Presidente de los Estados Unidos (posición por la cual, demás está decir, los puertorriqueños nunca han podido votar). Al igual que los programas de control de la natalidad, las órdenes de la Junta se dan por recomendación de científicos sociales y expertos extranjeros. Los puertorriqueños, de nuevo, no tienen voz ni voto ni consentimiento en el asunto.
References
- Drew C. Pendergrass and Michelle Y. Raji, “The Bitter Pill: Harvard and the Dark History of Birth Control,” The Harvard Crimson, September 28, 2017.
- Editors, “Treaty of Paris Ends Spanish-American War,” History.com, December 10, 2019.
- María Elena Carrión, “Operación Manos a La Obra,” Encyclopedia de Puerto Rico, September 15, 2014.
- US Department of Commerce, “Puerto Rico: 2010,” United States Census 2010.
- Carrión, “Operación Manos a la Obra.”
- Schroeder, Theodore, “Porto Rico’s Population Problem,” Birth Control Review 16, no. 3 (1932): 71–72.
- Laura Briggs, “Debating Reproduction,” in Reproducing Empire: Race, Sex, Science, and U.S. Imperialism in Puerto Rico (University of California Press, 2002), 83-84.
- Briggs, “Debating Reproduction,” 93-97.
- Briggs, “Demon Mothers in the Social Laboratory,” 115-116; Sanger, Margaret, “Birth Control and Racial Betterment,” Birth Control Review (February, 1919).
- Briggs, “Debating Reproduction,” 102.
- James A. Miller,“Betting with Lives : Clarence Gamble and the Pathfinder International,” Population Research Institute, July 1, 1996.
- Briggs, “Debating Reproduction,” 102-107.
- Gamble, C.J. 1957, “Spermicidal Times as Aids to the Clinician’s Choice of Contraceptive Materials,” Fertility and Sterility 8, no. 2 (1957): 174–84.
- Briggs, “Debating Reproduction,” 107.
- Pendergrass and Raji, “The Bitter Pill.”
- Pendergrass and Raji, “The Bitter Pill.”
- Pendergrass and Raji, “The Bitter Pill.”
- Briggs, “Demon Mothers in the Social Laboratory,” 131.
- Pendergrass and Raji, “The Bitter Pill.”
- Jhoni Jackson, “How Puerto Rican Women Made Birth Control Possible — At The Expense Of Their Health,” BESE, April 15, 2018.
- Briggs, “Demon Mothers in the Social Laboratory,” 135-136.
- Briggs, “Demon Mothers in the Social Laboratory,” 136-137.
- Briggs, Reproducing Empire, 137.
- Briggs, “Demon Mothers in the Social Laboratory,” 137-139.
- Pendergrass and Raji, “The Bitter Pill.”
- García, Ana María, La operación, film, directed by Ana María García, Puerto Rico: Latin America an Film Project, 1982.
- PBS, “The Puerto Rico Pill Trials,” The American Experience, 2019.
- Pendergrass and Raji, “The Bitter Pill.”
- García, “La operación.”
- US Congress, Senate, Puerto Rico Oversight, Management, and Economic Stability Act, Public Law 114-187, U.S. Statutes at Large 549 (2016): 2328.